Drogas, drogas, drogas, drogas, drogas…es una
palabra que se repite muchas veces en esa pequeña cabeza joven sin camino determinado
a seguir y con metas por construir.
Las drogas ayudan, según su consumidor, desde disfrutar de la vida de
forma más plena y completa y asumir responsabilidades u obligaciones, hasta
evadirse de esa estresante discusión con los padres que acabas de mantener. Por
lo tanto la conclusión rápida que se obtiene de este mensaje es: consume drogas
y todo será más fácil y divertido.
¿Es eso lo que en realidad sucede? ¿Los jóvenes comienzan a consumir
drogas en base a ese mensaje que les llega?, ¿Es una manera de “ser más como
esos amigos guais y mayores”, una escusa para sentirme aceptado entre ellos?
Empecemos por partes, en un principio, siguiendo lo anterior explicado
los jóvenes mayoritariamente funcionan de una forma fácil, cuanto más prohibido
y oculto sea, mejor y más les tienta a hacerlo. Así de sencillo, si saliese una
ley contra la lectura (tal y cómo explica el libro Fahrenheit 451 del autor Ray
Bradbury en 1953) los jóvenes poco a poco empezarían a interesarse más por
ella, haciéndose preguntas del tipo, ¿Por qué la han ilegalizado? ¿Qué motivos
han llevado a prohibirla? ¿Por qué antes gustaba? ¿Qué hay de divertido en
ella?...así sucesivamente, poco a poco hasta llegar al punto de conseguir
porcentajes ahora inimaginables de jóvenes lectores habituales, aunque se
tengan que esconder debajo de las piedras para hacerlo. ¿El motivo? Sencillo,
la prohibición, ese placer oculto que tanto los atrae.
La sociedad nos ha hecho llegar el mensaje resumido de “las drogas son
malas y por eso están prohibidas”.
Nosotros escuchamos la llamada de la
comprobación, aquellas voces interiores que nos hacen preguntarnos si aquello
que dice la sociedad es verdad, si eso que se hace llamar perjudicial para la
salud, eso que mata (tal y como pasa con el tabaco) es en realidad lo que nos
aseguran que es. El ser humano es así, es, según dice un conocido filósofo
Chino llamado Confucio y mismamente la Biblia, pecador por naturaleza. Siguiendo
el camino más complicado pero con el método más fácil. También decía que “la
comunidad humana es como una gran familia, semejante por naturaleza, pero a
través del hábito llegan a ser muy diferentes” y esto mismo también puede ser
aplicable a esta teoría, no todos han consumido drogas, pero sí que, en algún
momento, se habrán sentido llamados por la comprobación, así unos llegan a
llevarlo a cabo y otros sin embargo, se quedan en el pensamiento.
Desde un punto de vista más científico, estudios diversos aseguran que
la existencia de ciertos factores de riesgo puede encaminar al adolescente a
consumir estupefacientes. Estos factores de riesgo son la falta de autoestima y
autocontrol, dificultad para afrontar problemas y tomar decisiones, un sistema
de valores escaso o poco definido entre otros muchos aunque parecidos a estos.
Estos factores son los que salen a relucir entre el perfil típico de los
consumidores habituales.
Estas personas se encontraron desesperadas, destrozadas, destruidas,
agotadas en algún momento de su vida y esa misma desesperación es la que les
llevo a la teoría de la comprobación comentada. Esto por lo tanto, vuelve a
entrar en el círculo vicioso del que luego, saldrán o no. El posible retorno o
no de aquello que al principio lo tomábamos como diversión y con el poderío del
tiempo se convierte en necesidad, dependencia.
¿Cuándo perdemos el conocimiento de dónde queda el “límite de la
diversión”?
Hablamos de diversión para referirnos al determinado tiempo que
utilizamos para desconectar o refrescar el cuerpo y la mente. Cuando esa
diversión va acompañada de el daño, inconsciente o no, de uno mismo o de otros,
es cuando decimos que se ha pasado el “límite de la diversión”. La dependencia
de las drogas es un ejemplo claro de una diversión llevada al límite.
Del uso espontáneo pasamos al abuso y éste a su vez se va
convirtiendo poco a poco en dependencia. Quiero decir, el que antes lo
hacía por evadirse de esa discusión agotadora con los padres pasa a consumirlo,
en el caso extremo de la dependencia,
incluso teniendo que reducir sus actividades sociales para emplear ese
tiempo en la obtención o consumo de ella.
Los fines de semana los jóvenes se liberan del control familiar e institucional
y modifican sus comportamientos y estética para adaptarlos a los del grupo. Por
eso es lógico que debido a esa liberación de lo “correcto” y “responsable”, el
fin de semana sea el espacio de tiempo que más se consuman estas substancias.
Después de pasar varias “etapas liberadoras” consumiendo, comprenden que pueden
seguir experimentando esa felicidad debida a la liberación más tiempo del que
lo hacían y no sólo en esos momentos de ocio a los que la designaban; pueden
pasar de disfrutarla de vez en cuando a todos los días de la semana, mes, año…
Es ahí cuando no hay marcha atrás, cuando tu cuerpo y mente se
coordinan con un mismo objetivo, consumir y consumir. Y es ahí cuando nos deberíamos
preguntar: ¿De verdad es demasiado tarde? Y contestar firmemente: No, soy yo quien guía
mi cuerpo y mente y no voy a ser prisionero de la dependencia.